Hoy he descubierto que el reloj lo
inventó alguien que no tenía ni idea de lo que era el tiempo. Se equivocó por
completo con sus tres manecillas para marcar horas, minutos y segundos. No sé cómo
pudo ser tan ingenuo y cómo el mundo se dejó controlar bajo esa norma tan estúpida.
Y, sin embargo, no significa que no exista.
Considerándolo como un todo, el
tiempo me ha dado el valor de empezar a escribir –sin haber sido capaz de
quitarme esa manía de apretar las mandíbulas mientras tanto–, y en un acto
inconsciente de felicidad he perdido el miedo a contar que para mí el futuro no
vale ni un solo céntimo. Tengo suficiente con este mundo capitalista que vende
la felicidad por fascículos con fecha de caducidad como para preocuparme por el
día en que un billete no vaya a traerme el motivo por el cual ahora mismo soy
capaz de sonreír. Me niego a aceptar esa tendencia a la degeneración con ese
maldito señor que doblega a todo ser humano con su calendario. He pasado
demasiado tiempo asumiendo que cada paso estaba marcado por normas universales,
pero he decidido que ya lamentaré esta inocencia en su debido momento. No voy a
seguir forzando a mi mente a prever el final cada vez que el corazón se me
acelera porque le encuentro un sentido a la vida.
Quizá no debería dejar que cuatro
letras sustituyan al dios Tiempo en lo que a esclavizar almas se refiere, pero
el quizá me sabe a poco cuando la felicidad me sabe a tanto. Estoy cansada de caminar
con los pies en la tierra para suavizar la caída. Ya me quebraré los huesos
cuando me llegue la hora, pero me niego a seguir rechazando el vuelo por si se
me deshilacha de nuevo el corazón.
Me dan igual el tiempo y sus
espinas, sus puñales, sus traiciones.
Me dan igual las reglas nunca
escritas que dictan que no debería entregarme así.
Me dan igual las promesas que me
hice de saber quién soy y dónde estoy en todo momento.
Ya no me importan ni mi nombre ni
las fechas, ni el arrepentimiento que pueda sentir después. Firmo este contrato
sin titubear porque hoy, AHORA, siento que no hay mañana. Y si mañana no existe
quiero quedarme con lo que tengo, con los motivos por los que salir a la calle
a gritar –y no es de rabia–, por la razón por la cual el frío acaricia con
tanto cuidado.
Olvido todas las veces que me
arrepentí de palabras que ni dije ni publiqué, y olvidaré esa sensación si se
vuelve a repetir, porque aunque no sea por causa interna, siendo egoísta estoy
hablando de mí, de que a pesar de los demás has inclinado la balanza a tu favor,
a mi favor, puesto que al fin y al cabo –aunque el papel se emborrone porque he
relajado la mandíbula– eres la razón por la que quiero y puedo sonreír.
1 palabras:
J. J. Benítez dice que el reloj es "el tonto del tic-tac". Ya sabemos por tanto lo que podemos esperar si seguimos los dictados de un tonto...
Sin embargo el amor -en todas sus vertientes- es la fuerza que mueve el universo -no solo la vida humana-, y la sal que adereza nuestra breve y extraña existencia.
Así que...
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