Sé que esta noche será de
insomnio. Llegarán las cuatro de la mañana y yo continuaré dándole vueltas a la
cabeza, al mundo, a mi mundo. Llevo todo el día en tensión, todas estas horas
(y en realidad ya son casi 24) apretando mandíbulas por ver si así duele menos,
si se camufla un poco mejor. A veces no me ha quedado más remedio que bajar la
mirada o, directamente, cerrar los ojos, pero el truco por lo general funciona.
Nadie hace preguntas. Yo no hago preguntas. Supongo que es la costumbre, este rutinario
sentimiento pintado de gris. Ya no me quedan más “por qués” en la cabeza,
ninguno que no muera en mis labios y se emborrone como la tinta de este papel
(con la que está cayendo sobre ella).
Y yo sólo tengo este aferrarme a
un clavo ardiendo, que me quema el alma y la piel, pero al menos es mejor que
el vacío. Cualquier alternativa, por patético que resulte escogerla, será mejor
que caer de lleno en la oscuridad, un abismo que conozco por esporádicas
visitas pero en el que no he llegado a vivir. Sin embargo, un par de vistazos
fueron suficientes para caer en la red que tejió con el miedo que creó en mí al
mostrarme que el Infierno es el lugar más frío del planeta.
Paradójico; toda una vida inyectándonos
el temor a las garras del Averno, al fuego de su castigo, para confundirnos
cuando el frío se instala dentro, tan, tan dentro y tan intensamente que es difícil
creer que vaya a encontrar la salida, y más aún lo es darte cuenta de que éste
debe ser el castigo por haberle fallado a alguna divinidad que algo tenía que
estar esperando de ti (y por tanto algo debes haber hecho mal).
Quizá, en realidad, simplemente lo
merezco.
¿Por qué he de pensar que no es
justo sentirme así, que las cosas se hayan dado de esta manera, cuando no tengo
más pruebas que la objetividad de mis lágrimas (ésas que aún no me atrevo a
dejar escapar)?
Tal vez es el modo de mostrarme
que nunca seré capaz de sentir mi mundo en calma durante más de 48 horas en el
mejor de los casos. Lo que me pregunto es por qué la vida tiene que enseñar a
golpes, a puñaladas por la espalda. No niego que así sea más fácil comprender
la lección (aunque yo nunca aprendo), pero al menos podría ofrecer la
oportunidad de explicarlo con otros métodos antes de emplear el arma (mortal)
definitiva.
No sé, Invierno, no sé quién te
enseñó a descoser heridas y hacer más duro el bombear de un corazón, pero debo
reconocer que fue el mejor maestro que este mundo ha conocido. Te mostró la
manera más eficaz de romper a alguien en pedazos por dentro mientras la
estructura externa continúa siendo una figura que parece irrompible.
Impecable trabajo.
No lo puedo negar.
1 palabras:
En mi caso el Invierno me cura, me acuna a su antojo y me hace olvidar los otoños que me muerden el alma, rabiosos... Solo tienes que aprender a cobijarte en el frío de sus abrazos, y verás como te duele menos :)
Nunca dejes de preguntarte por qué mereces lo "malo" que te pasa, nunca dejes de luchar para combatirlo y para salir de allí y quizá, para lo próxima vez aprender de una manera bonita (aunque dudo que ninguno de nsotros aprendamos así tristemente...)
Hace poco leí una frase de Paulo Coelho, espero qe te ayude tanto como a mí: "Todas las batallas en la vida sirven para enseñarnos algo, inclusive aquellas que perdemos"
un besito!
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