Todo el mundo se habla, dormido o
en sueños, pero hay miles de voces sin valor que sólo susurran a la luna –esclava
ya de tantos secretos– en las soledad de sus noches. Existe una imposibilidad
innata de devolver a la realidad las palabras que –cada vez que el sol se pone–
la almohada esconde, y esta falta de valor se repite como el eco por cada rincón
del planeta. Esclavos de nuestra propia estructura lógica, nos mostramos
reacios a cualquier gesto, palabra, persona o situación que derribe todos los
cimientos con cuestiones que la ciencia nunca logrará explicar. Cabreados con
el mundo, que no es más que una copia barata de nuestro mapa interior, luchamos
contra lo invencible y así, acabamos con la boca sangrante de tanto morder los
labios, seguros ya de que el control no lo posee el dinero. Henchidos de
incertidumbre, paradójicamente vamos viendo cómo la verdad se presenta cada vez
más clara –y la negación y el miedo comienzan a hacer gala de sus mejores
trajes–. Observando cómo el laberinto se cierra por minutos, contemplamos la
salida con la paciencia de quien se sabe espectador y no protagonista,
aceptando que la huida hace tiempo dejó de ser una opción.
Donde una vez residió
la duda, ya sólo queda una sonrisa irónica ante la pasmosa velocidad del
cambio. Es como si ahora el mundo brillara, contradictoriamente, con colores
apagados, pero en contraste con lo que ves al girar la cabeza, antes tus ojos
tan solo contemplaban una fotocopia desgastada.
Matarías por un instante de
paz, pero una vez dentro del juego sabes que la adrenalina será tu fiel
compañera, y que tu cerebro ni en el mundo onírico dejará de darle vueltas a lo
que piensas cuando estás despierto. Es parte de la excitación, de la titilante
llama que te ciega las pupilas, del eterno maratón sin meta en los próximos 100
kilómetros.
Nadie más que la luna –que ya ha
escuchado la historia en tantas voces– sabe de la romántica relación que
entablan las palabras y el terror cuando se pulsa el botón. Obedeciendo a un
impulso absurdo se encadenan y tiran la llave, dejando un único camino.
Sólo queda lanzar jeroglíficos en
una botella.
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